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Hay al menos dos paralelos interesantes entre la futura ley de retiro de fondos de las AFP y el Brexit (el proceso de salida del Reino Unido de la Unión Europea, votado en un referéndum el 2016 y a ejecutarse este año). Por un lado, la opinión generalizada de los “expertos” y tecnócratas era en contra del resultado finalmente acaecido. Respecto a la ley del 10%, como economista no puedo sino coincidir en las fallas ya expresadas por muchos colegas. La ley no solo es regresiva, sino que ni siquiera se ha demostrado que vaya efectivamente a ayudar a la “endeudada clase media”, la aparente motivación para el proyecto que varios parlamentarios expresaron en las redes sociales y en los debates. Nadie demostró que retirar un 10% (¿por qué no un 5% o un 15%?) era la medida adecuada. La ley, impulsada por la izquierda, es irónicamente de corte neoliberal, al promover la austeridad fiscal y el individualismo por sobre el gasto fiscal y la solidaridad, además de favorecer a los más ricos con exenciones tributarias. Si el gobierno la hubiera propuesto al inicio de la pandemia como medida de ayuda a la población, la oposición sin duda y correctamente hubiera protestado.

Similarmente, el consenso de los “expertos” antes del referéndum sobre el Brexit era contundente. Salirse de la Unión Europea, donde estaban los principales socios comerciales del Reino Unido, iba dañar la economía en el corto y mediano plazo, y disminuir la posición del Reino Unido en la geopolítica global. En la práctica, el proceso de salida va a demorar casi 4 años, generando un desgaste político y cívico que absorbió recursos que podrían haberse usado de mejor forma.

En ambos casos tenemos entonces una población que prefirió, directamente vía referéndum o indirectamente vía encuestas, el camino contrario al de los expertos.

El segundo paralelo se da en las causas que motivan dicha preferencia popular. En ambos casos se da un voto de castigo contra una élite, o contra un modelo que representa y beneficia a la élite. Según la última encuesta Cadem, “desconfianza en las AFP” (un eufemismo que representa oposición al sistema) es la primera razón por la que la gente retiraría sus fondos de las AFP, además de ser una razón mencionada por el 38% de aquellos que sacarían sus fondos. Esta “desconfianza” no debería extrañar. Es bien sabido que las pensiones que pagan las AFP son magras. La culpa de esto sin embargo no es intrínseca al accionar de las AFP (las pensiones no serían mejores si fueran sociedades sin fines de lucro). El problema de fondo es la baja productividad de la economía chilena, la cual genera empleos informales y bajos salarios, junto con la nula solidaridad del sistema que no permite contrarrestar dichos problemas estructurales de la economía. Sea como sea, la percepción de la población es elocuente. Independiente de cuál sea el sistema alternativo (y su sostenibilidad), las AFP no entregan pensiones decentes. Por ello el descontento con el sistema.

En el referéndum del Brexit se observó un fenómeno similar. El apoyo al Brexit provino mayoritariamente de áreas que tuvieron importantes flujos de inmigración (sobre todo de baja calificación) y/o que sufrieron recortes más altos de gasto fiscal (austeridad). Ambos fenómenos beneficiaron sobre todo a la élite (menores costos laborales y menos gasto fiscal y por ende impuestos) a costa de la clase media y los más pobres.

Como demuestra la psicología social y la economía del comportamiento, las personas muchas veces están dispuestas a asumir un daño personal (tan elocuentemente predicho por los “expertos”) con tal de “dar una lección” a otro grupo. Es así pues que, en ambos casos comentados, la ciudadanía quiso dar una lección a la élite y su modelo. Como bien dice un resabio popular post-estallido social, “no tener rabia es un privilegio”. Más allá de quién tenga razón en lo “técnico”, es evidente que los expertos son (somos) unos privilegiados.

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marzo, 2024

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