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  • Columna de Javier Henríquez, Estudiante de 4! año de Ingeniería Comercial, presentada en el Curso Desarrollo Económico, a cargo del Profesor Luis Valenzuela.

Chile se enfrenta a una gran demanda por cambios políticos y sociales, gatillado principalmente por la desigualdad e, inconformismo con el aparato político y estatal. El estallido social del 2019, y la creciente tasa de apatía cívica evidencian lo anterior -la participación nacional en el plebiscito del 2020 fue en promedio, 46.23%-. Es necesario potenciar el desarrollo de nuestro país para responder a las demandas sociales.

El actual modelo económico es incapaz de responder a las demandas sociales, primero porque una economía basada en la extracción de los recursos naturales y en el sector de servicios no genera altos ingresos económicos, y segundo porque tenemos instituciones políticas y económicas que han demostrado no ser inclusivas. Nuestra economía no es sostenible ni sustentable, extrae y depende de recursos naturales limitados que escasean y encarecen los costos de extracción, produciendo externalidades negativas como la escasez de agua. Una economía sostenible y sustentable parte de la base de una educación de alta calidad, capaz de estimular la innovación y el desarrollo, y de dar soluciones a los problemas, pero lamentablemente contamos con una educación de baja calidad.

Si bien Chile cuenta con una atractiva dotación de litio, su extracción y/o procesamiento presenta una serie de externalidades negativas al ecosistema pues de acuerdo a expertos, es altamente contaminante. Algunas de las externalidades que han sido señaladas son la gran cantidad de emisiones de CO2 para recuperar las baterías o residuos de litio, la pérdida de biodiversidad tras la ocupación de terreno, sobreconsumo de agua, y uso de químicos contaminantes para su procesamiento. No podemos aprobar la explotación del litio mirando solamente el beneficio económico, pues la agenda nacional y global están enfocadas en disminuir el impacto medioambiental. Explotar masivamente el litio en nuestro país generaría grandes riquezas, pero tendría un impacto negativo en la sociedad.

La desventaja competitiva en los costos de transporte constituye una razón justificada para agregar más valor localmente, y así evitar la “excesiva” diversificación de la cadena de valor. Debemos pensar en la generación de propuestas de valor atractivas para las cadenas de suministro de empresas, que apunten a mayor productividad, abaratamiento de costos, entre otras. Según el informe “Tecnologías del Hidrógeno y perspectivas para Chile” publicado el año 2019, nuestro país cuenta con un alto potencial no explotado para las tecnologías del hidrógeno, que constituyen un importante recurso en el mercado energético mundial. Ampliar la mirada más allá de la extracción de recursos de la minería, nos permite generar propuestas para modelos de creación de bienes con mayor valor agregado, sustentables y sostenibles en el tiempo. Así, debemos pensar en desarrollar tecnologías de hidrógeno que permitan elaborar nuevas fuentes de energía renovable, lo cual repercutiría en el abaratamiento de costos de transporte; e incluso podríamos llegar a exportar energía -como lo ha hecho Uruguay.

Nuestro subdesarrollo requiere una solución, y ésta radica en la industrialización, pues necesitamos comenzar a producir bienes con mayor valor agregado que fomenten el desarrollo del país. El modelo de Industrialización por Sustitución de Importación (ISI) aplicado en Latinoamérica a mediados del siglo pasado, tuvo por objetivo precisamente diversificar la matriz productiva buscando la transformación de una economía extractiva en una economía industrializada, pero fracasó al no lograr generar industrias competitivas orientadas a la exportación. Sin embargo, es posible evitar los errores del pasado aprendiendo de la exitosa experiencia de industrialización de los Tigres Asiáticos, hoy entre los países más ricos del mundo. Por esto, la invitación es a aprovechar las externalidades positivas de la globalización y de los avances tecnológicos para nuestro desarrollo. Para ello, hago las siguientes 2 recomendaciones:

Primero, trazar un plan de inversión bajo la mirada de la teoría del crecimiento desbalanceado. Bajo esta lógica, lo que se debe buscar es impulsar el desarrollo de ciertas industrias que tengan muchos encadenamientos “hacia abajo y hacia arriba”, para alcanzar la industrialización deseada -mediante incentivos por parte del estado-. A modo de ejemplo, impulsar investigación y desarrollo (I+D), genera el Know How necesario para el desarrollo de tecnologías y procesos productivos eficientes que utilicen energía limpia y barata -en 2017, en Chile el I+D representaba un 0,4% del PIB, mientras que el promedio OECD era 2,5%-. Para no fallar en el proceso de transición, más que ponerles trabas a las importaciones, hoy, en contextos donde no hay grandes problemas a la balanza de pagos, la estrategia sería la de fomentar la industria hacia la exportación, como se hizo en Corea del Sur y otros países (China supo aprovechar muy bien la globalización importando conocimientos).

La segunda recomendación es reformular la estructura institucional para implementar instituciones económicas y políticas inclusivas (como tan elocuentemente han propuesto los economistas Daron Acemoglu y coautores). Desde la colonia en Chile ha predominado la estructura extractivista, la cual va en contra de una cultura productiva, de inversión, e innovación, necesaria para apoyar el proceso de industrialización y desarrollo inclusivo. En este sentido, la formulación de una nueva constitución en nuestro país constituye una oportunidad para la nueva institucionalidad, tal como señalara Acemoglu en una entrevista reciente con el Diario Financiero.

Para el financiamiento del plan de industrialización, se debe reformular el aparato fiscal, como sugieren Atkinson y Piketty en “Top Incomes, A Global Perspective”, mediante impuestos directos a la renta -sobre todo personal-, considerando la evasión y elusión, utilidades no repartidas, sector informal, etc. Al 2019, Chile recaudaba un 20,7% en impuestos, mientras que el promedio OECD era del 33,8%, siendo Chile el mayor recaudador de IVA de la OECD (impuesto bastante regresivo).

Industrializar Chile significa estar abiertos al cambio. Se trata de un cambio de paradigma, de dejar de esperar a que otro haga las cosas para que nosotros las importemos, tal y como hizo el gobierno, no financiando el desarrollo de una vacuna para el COVID-19 en la Universidad Austral de Chile. Por todo lo anteriormente expuesto, el modelo actual no es capaz de responder las legítimas demandas de las y los chilenos.

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marzo, 2024

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